Para celebrar estas primeras 1,000 visitas voy a postear un relato de Robert E. Howard, que es el que más me gusta.
"Por un momento, lo agobiaron con una lluvia de golpes y estocadas, pero luego retrocedieron y lo rodearon, mientras él embestía a su vez y paraba sus golpes; un par de cadáveres tendidos en el suelo constituía una silenciosa muestra de la estupidez del plan de aquellos asesinos.
-¡Caballeros! -gritó Ridondo en un acceso de rabia echando hacia atrás la capucha que le cubría la cabeza, mirando a sus compañeros con expresión de rabia salvaje-. ¿Os acobardáis ante el combate? ¿Debe seguir viviendo el déspota? ¡A por él!
Se precipitó hacia adelante, pero Kull, al reconocerle, detuvo la estocada con un tremendo golpe corto y luego, con un empujón, lo hizo retroceder tambaleante, haciéndole caer despatarrado sobre el suelo. El rey recibió en el brazo izquierdo una estocada de Ardyon, y el proscrito sólo salvó la vida al agacharse ante el hacha de Kull, viéndose obligado a retroceder. Uno de los bandidos se agachó y se lanzó contra las piernas de Kull, confiado en hacerle caer de esta manera, pero después de forcejear durante un breve instante contra lo que no parecía sino una sólida torre de hierro levantó la mirada justo a tiempo para ver cómo descendía el hacha sobre él, pero no para evitarla. Mientras tanto, uno de sus camaradas había levantado la espada con ambas manos y la descargó con tal fuerza que cortó la placa que cubría el hombro izquierdo de Kull, y le hirió en el hombro. En un instante, el peto de Kull se encontró lleno de sangre.
Ducalon, en su salvaje impaciencia, sorteó a los atacantes a derecha e izquierda y se abalanzó hacia adelante con una salvaje estocada dirigida contra la cabeza desprotegida de Kull. Éste se agachó a tiempo y la espada pasó silbando por encima, cortándole un mechón de cabellos. Evitar los golpes de un enano como Ducalon resulta difícil para un hombre de la altura de Kull.
El rey pivotó sobre sus talones y golpeó desde el costado, como pudiera haber saltado un lobo, trazando un amplio arco por lo bajo. Ducalon cayó hacia atrás, con todo el costado izquierdo desgarrado, por donde se le derramaban los pulmones.
-¡Ducalon! -exclamó Kull, jadeante-. ¡Conoceré a ese enano en el infierno...!"
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