jueves, 28 de mayo de 2009

El amor es ciego

Soy fan de Boris Vian (creo que lo he dicho de muchos, pero siento esto al leer un cuento o novela, sin importar de quien sea, cuando me toca alguna fibra) , y me da gusto encabrona que existan esta clase de tipos que nacen con talento para casi todo, fue escritor, poeta, cantante, músico, actor e ingeniero.

Lo siguiente está pirateado de otro blog, pero no encontré mejor manera de describir la trayectoria de Vian por un escaso talento para escribir.


Y bueno, el cuento básicamente dice que se disfrutaría más del amor sí fuera ciego.


"Pero no deja de ser divertida la nieblecita... Casi se podría decir que alimenta. Como usted sabe, yo como bastante bien... Pues bueno, desde hace tres días, con un vaso de agua y un trozo de pan me basta.
-Va a adelgazar -observó Orvert.
-¡Ja, ja, ja! -cacareó la portera con su risa parecida a un saco de nueces cayendo por la escalera desde el sexto piso-. Compruébelo por sí mismo, señor Latuile. Nunca me había sentido tan en forma. Incluso los melones se me están volviendo a poner en su sitio... Compruébelo, compruébelo por sí mismo...
-Esto..., yo... -dijo Orvert.
-Palpe, palpe, le digo que palpe.
Y cogiendo la mano del sentenciado, la colocó sobre el remate de uno de los melones en cuestión.
-¡Asombroso! -constató Latuile.
-Y eso que tengo cuarenta y dos años -informó la portera-. ¿Eh? ¿Quién lo diría? ¡Ah...! y es que las que son como yo, un poquito gruesas por donde es debido, tienen esa ventaja...
-¡Pero por todos los santos! -exclamó Orvert asombrado-, ¡Está usted desnuda...!"

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lunes, 18 de mayo de 2009

El sentido secreto

Esperando que esta semana vaya mejor, nuevamente les comparto un cuento de Isaac Asimov.
Estamos acostumbrados a los sentidos que tenemos, que pasaría si tuviéramos la oportunidad de tener alguno extra por cinco minutos, pero no alguno que nos permitiera ver fantasmas - esas son pendejadas - un sentido que nos permitiera disfrutar de las cosas que están a nuestro derredor de una manera distinta, valdrían la pena los cinco minutos o preferirían no probar y así nunca saber de lo que se están perdiendo.

Bien dice el dicho que la felicidad es inversamente proporcional al conocimiento.


"El marciano mantuvo la vista fija enfrente suyo mientras hablaba, con los ojos medio cerrados.

- Me has dicho que vivo en un mundo compuesto tan sólo por sombras de luz y oscuridad. Tratas de describir un mundo exclusivo tuyo compuesto por infinita variedad y belleza. Escucho, pero no me importa demasiado. Nunca lo he conocido y nunca podré conocerlo. No se llora por la pérdida de algo que nunca se ha tenido.

»Pero... ¿qué pasaría si pudieras conferirme la facultad de ver el color durante cinco minutos? ¿Qué pasaría si, durante cinco minutos, me deleitara en maravillas con las que nunca había soñado? ¿Qué pasaría si, después de estos cinco minutos, tuviera que renunciar a ello para siempre? ¿Compensarían esos cinco minutos de paraíso la vida de pesar que seguiría... una vida de descontento a causa de mis propias deficiencias? ¿No hubiera sido mucho mejor no hablarme nunca del color, evitando así su tentación siempre presente? "

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jueves, 14 de mayo de 2009

Cómo Ocurrió

Maldito trabajo no me deja tiempo para nada, pero poco a poco me estoy armando de valor para mandar todo al carajo y empezar de cero en algo que realmente disfrute. Lo que realmente me ayuda es la música y leer, y creo que estoy en un momento así:

I am reading this book because I don't want to think about my life I believe it is what is known as escapism

Y para acabar de chingar, se me ponchó la llanta de carro, y al tratar de cambiarla no encontré el birlo de seguridad, me lleva la rechingada por lo tanto no se puede quitar la llanta, lo que quiere decir que esta ponchadura me saldrá cara, me relleva la verga, en fin sólo me resta respirar -calma y tranquilidad-.

Esto no tiene nada que ver con el cuento de Isaac Asimov que estoy posteando, solamente es terapéutico; si ya han leído a Asimov se dieron cuenta de que muchos de sus cuentos tienen referencias religiosas, a mi me encantó este cuento, disfrútenlo.

"Mi hermano empezó a dictar en su mejor estilo oratorio, ese que hace que las
tribus se queden aleladas ante sus palabras.
-En el principio -dijo-, exactamente hace quince mil doscientos millones de años,
hubo una gran explosión, y el universo...
Pero yo había dejado de escribir.
-¿Hace quince mil doscientos millones de años? -pregunté, incrédulo.
-Exactamente -dijo-. Estoy inspirado.
-No pongo en duda tu inspiración -aseguré. (Era mejor que no lo hiciera. Él es tres
años más joven que yo, pero jamás he intentado poner en duda su inspiración.
Nadie más lo hace tampoco, o de otro modo las cosas se ponen feas.)-. Pero ¿vas
a contar la historia de la Creación a lo largo de un período de más de quince mil
millones de años?
-Tengo que hacerlo. Ese es el tiempo que llevó. Lo tengo todo aquí dentro -dijo,
palmeándose la frente-, y procede de la más alta autoridad.
Para entonces yo había dejado el estilo sobre la mesa.
-¿Sabes cuál es el precio del papiro? -dije.
-¿Qué?
(Puede que esté inspirado, pero he notado con frecuencia que su inspiración no
incluye asuntos tan sórdidos como el precio del papiro.)
-Supongamos que describes un millón de años de acontecimientos en cada rollo
de papiro. Eso significa que vas a tener que llenar quince mil rollos. Tendrás que
hablar mucho para llenarlos, y sabes que empiezas a tartamudear al poco rato. Yo
tendré que escribir lo bastante como para llenarlos, y los dedos se me acabarían
cayendo. Además, aunque podamos comprar todo ese papiro, y tú tengas la voz y
yo la fuerza suficientes, ¿quién va a copiarlo? Hemos de tener garantizados un
centenar de ejemplares antes de poder publicarlo, y en esas condiciones ¿cómo
vamos a obtener derechos de autor?
Mi hermano pensó durante un rato. Luego dijo:
-¿Crees que deberíamos acortarlo un poco?
-Mucho -puntualicé, si esperas llegar al gran público.
-¿Qué te parecen cien años?
-¿Qué te parecen seis días?
-No puedes comprimir la Creación en sólo seis días -dijo, horrorizado.
-Ese es todo el papiro de que dispongo -le aseguré-. Bien, ¿qué dices?
-Oh, está bien -concedió, y empezó a dictar de nuevo-. En el principio... ¿De veras
han de ser sólo seis días, Aarón?
-Seis días, Moisés -dije firmemente."